La semana pasada estuve de visita en Nueva York y conocí a Juan Pablo, un migrante originario de la Ciudad de México que trabaja de mesero en un restaurante por allá. Me contó un poco de su historia. Me dijo: “hace siete años me vine a Estados Unidos, cuando mi hijo apenas entraba a la secundaria. Ayer tuve videollamada con él para preguntarle cómo le iba ahora que había entrado a la universidad. ¿Y sabe qué me dijo, Dr. Juan? ´Papá, te apuesto unos tacos a que ya se te olvidó dónde dejaste esto…´, me dijo mi hijo, mostrándome mi credencial para votar junto a la suya”.
Cuando Juan Pablo me contó esto, también me confesó que no sólo había olvidado su credencial del INE, también había olvidado que su hijo ya tenía la edad para votar. “Ahora los dos ya podemos decidir, papá”, le dijo su hijo a Juan Pablo, al finalizar su videollamada.
Salí del restaurante y no dejaba de pensar en Juan Pablo y su hijo. Ese chico tiene razón: hoy ya no es suficiente con quejarse por los malos tiempos que vivimos en México en materia económica, social y de seguridad. Ahora, más que nunca, debemos demostrar desde nuestra trinchera ciudadana el amor por nuestra familia y por nuestro país.
Muchos paisanos migrantes dirán: “El amor lo demuestro todos los días con el sudor de mi frente, con las remesas que mando a mis seres queridos para que no les falte nada y con el apoyo que brindo para mejorar mi comunidad de origen”. ¡Y tienen toda la razón, mis estimados paisanos! Pero hoy también existe la oportunidad de que su participación sea desde otro ámbito en el que pueden trascender aún más. Hoy nos pueden ayudar a corregir el rumbo de nuestro amado México.
Sabemos que en el extranjero hay cientos de mexicanas y mexicanos que trabajan en los campos, cultivando todo tipo de productos o en las distintas industrias generando riqueza; otros estudian algún posgrado o están becados por instituciones internacionales, y otros lograron emprender un negocio fuera de su tierra. Todas esas personas tienen algo en común: están marcando el rumbo que debe llevar este país y el cual se traduce en trabajar desde cualquier trinchera por el bien común. Estoy seguro de que su voz se hará escuchar y que recibiremos muchos de sus votos como señal de que, a pesar de la distancia, están más cerca que nunca y que podemos contar con ellos.
Por lo pronto, cuando regrese Juan Pablo de Nueva York no sólo le podrá pagar la apuesta a su hijo, invitándole unos tacos, sino que también podrá decirle que, a pesar de haber olvidado su credencial para votar, decidió participar y ser parte de nuestros hermanos migrantes que se registraron para corregir el rumbo del país al que un día prometieron volver.
Juan Hernández es Secretario del Migrante y Enlace Internacional y presidente de la Coordinación Nacional de Oficinas Estatales de Atención al Migrante (CONOFAM) en México. Esta columna fue publicada originalmente en El Sol de León.