Francisco y Trump: dos miradas contrapuestas sobre los inmigrantes
“Los migrantes no son cifras ni amenazas, sino hermanos y hermanas”. Con estas palabras, el papa Francisco defendía a los desplazados y refugiados de todas partes del mundo. En contraposición con el presidente Trump.

Durante uno de mis recorridos por la frontera de México y Estados Unidos conocí a Carmen, una joven madre mexicana que sostenía a su pequeña hija mientras aguardaba noticias de su solicitud de asilo.
Con voz baja, me dijo algo que no he podido olvidar: “Solo busco un lugar donde mi hija pueda dormir sin miedo.” Esa breve confesión resonó en mi mente mientras contrastaba dos posturas sobre personas como Carmen.
De un lado, el presidente Donald Trump, en el arranque de su campaña presidencial de 2015, califica a los migrantes provenientes de México con palabras que dan la vuelta al mundo: “Cuando México envía a su gente, no envía a los mejores. Traen drogas, traen crimen. Son violadores…” (discurso del 16 de junio de 2015). Desde ese momento, la retórica antiinmigrante se convierte en un sello de su movimiento político.
Del otro lado, el papa Francisco, desde el inicio de su pontificado en 2013, elige caminar junto a los migrantes. En 2024, en la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, reafirma: “Cada migrante tiene un rostro, una historia y una vida. En ellos, vemos el rostro de Cristo …” (Vaticano, 2024).
Francisco no sólo habla: también actúa. Viaja a lugares de dolor, como la isla italiana de Lampedusa, la isla griega de Lesbos y la frontera de Ciudad Juárez, llevando un mensaje claro: los migrantes no son cifras ni amenazas, sino hermanos y hermanas.

Mientras uno fomenta la desconfianza y el miedo, el otro suplica por la construcción de puentes de compasión y de solidaridad.
De acuerdo con datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en su informe de 2024, el fenómeno migratorio mundial abarca a 281 millones de personas, casi el 4% de la población del planeta. Si bien muchos migran de manera segura, millones más huyen de la violencia, los conflictos armados, la persecución política o los desastres naturales.
El papa Francisco alerta en su encíclica Fratelli Tutti (2020) sobre la “cultura del descarte”, que convierte a los migrantes en “menos importantes, menos humanos” en la práctica diaria.
Su primer viaje fuera de Roma, apenas cuatro meses después de asumir el papado, es a Lampedusa. Allí, lanza una de sus advertencias más poderosas: “Hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna.” (AFP, 2013). El papa deja claro que la indiferencia frente al sufrimiento humano es un pecado colectivo.
No son palabras vacías. En cada rincón del mundo, el Papa impulsa acciones concretas: recibe a refugiados sirios en el Vaticano, insta a cada parroquia europea a acoger una familia desplazada, y denuncia públicamente las políticas migratorias restrictivas que proliferan en Europa y América.
En Ciudad Juárez, en 2016, el papa celebra una misa frente a la valla fronteriza, recordando que la migración forzada debe verse no como una amenaza, sino como una tragedia humana que reclama justicia. En sus palabras: “No midamos la crisis migratoria con cifras, sino con nombres, historias y familias” (Homilía en Ciudad Juárez, 2016).
Mientras tanto, en Estados Unidos, el presidente Trump impulsa medidas como la separación de familias en los centros de detención fronterizos, la reducción del número de refugiados admitidos y la construcción de nuevos tramos de muro. Su mensaje es claro: levantar barreras físicas y emocionales para contener la llegada de migrantes.
El contraste entre liderazgos no puede ser más profundo. Para uno, los migrantes son enemigos a contener. Para el otro, son el rostro sufriente de Cristo.
Hoy el fenómeno migratorio no ha disminuido; al contrario, se ha intensificado. La guerra en Ucrania, los desplazamientos masivos en África, los éxodos en América Latina… millones siguen en movimiento, empujados por la desesperanza. La respuesta a su dolor definirá no sólo nuestras políticas, sino nuestra humanidad.
Carmen y su hija siguen esperando. Como ellas, millones aguardan en campos de refugiados, albergues improvisados, campamentos en desiertos, costas peligrosas. Frente a sus rostros cansados y esperanzados, la pregunta persiste: ¿En cada migrante tú y yo vemos la cara de un criminal o la cara de Cristo?
Juan Hernández es Secretario del Migrante y Enlace Internacional y presidente de la Coordinación Nacional de Oficinas Estatales de Atención al Migrante (CONOFAM) en México. Esta columna fue publicada originalmente en El Sol de León el 3 de mayo de 2025.


